Le paro el carrito del supermercado en seco. La mujer se queda mirándome extrañada.
–Te has equivocado –le digo. –Creo que el tuyo es ése.
La mujer enrojece, examina lo que lleva el mío y me dice sofocada.
–Perdona, me he confundido. No sé dónde tengo la cabeza hoy... Parece que tengamos los mismos gustos ¿no?
«Es posible» pienso, «sino fuera por esas horribles croquetas precocinadas que llevas tú».
Nos encontramos en la misma caja. Está detrás de mí y me sonríe. Hago un esfuerzo y le devuelvo la sonrisa. La cajera va pasando mi compra con su desgana habitual.
–¿Eso es suyo? –me dice sin abandonar su tedio y supongo que harta de preguntarlo cientos de veces al día.
Las mujer y yo contestamos no al mismo tiempo; son las horribles croquetas precocinadas.
La cajera ya le está cobrando a ella y yo todavía estoy peleándome con cada maldita bolsa que intento abrir.
Cuando llego a casa, Liv me ayuda a colocar la compra. Hoy me toca cocinar a mí.
–Cielo, gracias por el detalle –me dice cariñosamente, mientras saca de una de las bolsas las horribles croquetas precocinadas. –Sé cuánto aborreces estas cosas, pero ya sabes que a mí me chiflan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario