jueves, 22 de agosto de 2024

La chica que vino del este (4)

Sórdido, solo me viene a la cabeza esta palabra. La ciudad, sus gentes, mi barrio y este clima plomizo que lo abate todo, como una invasión silenciosa y despiadada de la que nada ni nadie sale indemne.


-A Ulrica la conozco desde hace un año -me cuenta mi vecina Ana, una de las pocas personas con las que he trabado cierta complicidad desde que me he instalado aquí. -Es de Macedonia...
-¿Es griega, entonces? –la interrumpo.
-No, no, de la República del Norte de Macedonia. Menuda trifulca tienen con los griegos por el nombre de marras. Si supieran que para nosotros es un postre -se ríe y bebe un sorbo de café. -Ya ves, así somos los humanos, capaces de montar casi una guerra por un simple nombre. En fin, como te decía la familia de Ulrica lo pasó muy mal: primero por la guerra de los Balcanes y después por el conflicto del Kosovo. Ella se marchó porque no veía ningún futuro y bueno... aquí va haciendo cositas... pero nada seguro, -baja la vista y nos quedamos en silencio.

Al día siguiente, cuando volvía de trabajar, me topé con alguien que se había sentado en la escalera, delante del rellano de mi apartamento. Primero pensé que era un chico por su vestimenta, por su gorra calada, y por el pelo, rapado a lo militar. Apenas alzó la vista y le pude ver la cara, me di cuenta en seguida de que se trataba de la chica macedonia. La saludé con un escueto hola y ella musitó lo mismo. No sé si me perturbó más su mirada azul, afilada como un puñal, o el gesto de encogerse y restregarse el brazo con la otra mano, como lo había visto hacer tantas veces a mi hermano, colocado hasta las cejas, cuando bajaba a buscarlo por los soportales del puerto.
Cerré la puerta del apartamento sin volverme, con el corazón encogido.

-Ni loca le dejo las llaves del apartamento -me dice Ana-, es capaz de invitar a sus amistades sin que esté yo. Ulri es legal pero las otras... Algunas son macedonias, como ella, aunque sospecho que en realidad se trata de albanesas, pero me lo oculta. Cree que tengo prejuicios, y no es verdad, te lo aseguro; solo que no me gustan los trapicheos de esta gente...


Hoy hemos de salido copas y Ulrica nos ha acompañado. Los bares son sórdidos, como no podía ser de otra manera en esta ciudad. Ana nota mi desánimo y me toma del brazo cariñosamente. Ulrica nos observa con curiosidad. La dureza de su expresión que recordaba del primer día se ha esfumado, y aunque su afabilidad y atención no parecen impostadas, su forma de mirar sigue incomodándome.

-No sé si pedir el traslado a esta ciudad fue un error -le confieso a Ana, -pero estaba tan jodida por lo de mi ex que no dudé en poner tierra por medio.

-No te preocupes, Ulri y yo te cuidaremos y no dejaremos que puedan contigo, -me contesta antes de besarme en la mejilla. -No te muevas, voy a por las copas.
Ulrica se aproxima entonces. No creo que haya escuchado nuestra conversación pero estoy segura de que Ana la tiene al corriente.

-El otro día, en la escalera, no te asusté ¿verdad? -me pregunta con un fuerte acento.
-En absoluto.
-Yo no suelo estar así, como me viste. Aquel día era un mal día para mí...
-No te preocupes, todas podemos tener algún día malo -le digo para zanjar el asunto.

Nos quedamos en silencio. Entonces se acerca a mi oído y me susurra:

-Me alegro de que Ana y tú seáis amigas. A ella le cuesta. Todo lo contrario que yo. Hago amistades con demasiada facilidad.

Le aclararía que Ana no debe considerarme todavía una amiga porque jamás me ha contado nada de su relación íntima. Solo se refiere a ella como una amiga un poco descarriada y necesitada de su ayuda. Supongo que la diferencia de edad o la vida que lleva Ulrica deben pesar demasiado.



Los días se suceden con la monotonía de siempre. Trabajo hasta tarde para no tener que llegar pronto a casa. La noche es un bálsamo; camufla el perenne cielo encapotado, disimula la fealdad de esta ciudad, emborrona los rostros de abulia de sus habitantes. Aunque hay otra razón para alargar mi jornada laboral: no tener que toparme de nuevo con Ulrica a solas, me siento vulnerable si no está Ana.


Últimamente quedo poco con Ana. Somos vecinas, así que tenemos oportunidad de encontrarnos a menudo, y, sin embargo, nuestras salidas se han espaciado y las conversaciones se han vuelto más banales. No creo que se haya dado cuenta del desasosiego que me produce Ulrica. Cuando coincidimos las tres mi trato es normal, con el preciso punto de displicencia que, sin ser desdeñoso, me resguarda de ella.


Se oyen risas y voces en el rellano de la escalera. Son las dos de la mañana. Suena el timbre de mi apartamento. Cuando abro la puerta Ana aparece sonriente y bastante borracha.

-Anda ponte algo y ven a mi casa que celebramos el cumpleaños de Ulri -me dice blandiendo una botella de vodka.

Se queda apoyada en el quicio de la puerta sin ninguna intención de moverse si no la acompaño. No me queda más remedio que vestirme a toda prisa, con lo primero que pillo. Se tambalea de forma lastimosa. Le paso el brazo por la espalda para evitar que se desplome y la llevo a su apartamento. Allí está Ulrica y tres amigas más. Dos de las chicas deben ser algunas de las albanesas de las que Ana me ha hablado.
Cuando nos ven aparecer solo Ulrica se acerca para ayudarme. La llevamos directamente al dormitorio. Ella se resiste porque quiere poner música.

-Quiero bailar contigo -dice dirigiéndose a mí. Apenas puede vocalizar. Las otras se ríen de su torpeza
-Claro, busco una canción y vengo a por ti, -le respondo mientras la acomodo en la cama.

La chica que no es extranjera le dice a Ulrica.
-Ni un tío bebe como vosotras. ¡Joder con las albanesas! ¿qué os dan de pequeñas, vodka o leche para mamar?

Ulrica la fulmina con la mirada, se acerca a la puerta y la cierra de un portazo.

Nos quedamos las tres solas en el dormitorio. Ulrica se arrodilla cerca de la cama, toma la mano de Ana y empieza a hablarle cerca de su mejilla mezclando palabras de su idioma con otras que entiendo demasiado bien. Salgo de la habitación para irme directamente a mi apartamento.

Cuando estoy a punto de entrar, aparece Ulrica tras de mí.
-Gracias por ayudarme con Ana. No debimos haberte molestado. Ha sido un error. Ahora mismo echaré a esas pesadas de su casa...
-No ha sido nada -le respondo ásperamente.
-Ana te quiere -me dice de pronto.

El corazón me da un vuelco, por un momento pienso que habla de ella y no de Ana. Pero está hablando de Ana, la misma Ana a quien se ha dirigido en el dormitorio, la misma Ana con la que intima. Cierro los ojos sin saber qué decir. Entonces se acerca y toma mis manos. Su expresión, afectuosa, contrasta con la determinación con que me sujeta las manos, como si quisiera asegurarse de que lo he entendido, de que no estoy excluida.
Estoy a punto de echarme a llorar. Una extraña retraída y acogotada aparece en sus vidas, y su forma de acogerla, de ofrecerle su hospitalidad no es otra que quererla.


-Yo también la quiero -le contesto.

La lluvia arrecia fuera y aún así, por primera vez, empiezo a sentirme reconfortada en esta ciudad.


-¿Verdad que no le dirás que soy albanesa? -me dice Ulrica.
-Ana ya lo sabe -le respondo.
-¿Desde cuándo?
-Yo creo que desde siempre. 

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-Deberíamos haber evitado que Ulri escogiera la película. La próxima vez tú y yo nos ponemos de acuerdo antes de ir al cine -me dice Ana entre implorando y ordenando.

-No ha sido tan mala -se defiende Ulrica. 

-Un auténtico bodrio, no había por donde cogerla  -le contesto riéndome.

Estamos en el apartamento de Ana. Ulrica está preparando gin tonics. Ana toma el suyo y se acomoda en el sofá. Yo me acerco al tocadiscos; tiene una increíble colección de vinilos y siempre que puedo aprovecho para pinchar alguna rareza  que descubro. Ulrica se acerca para darme el mío.
-¿Pero le has puesto algo de tónica? -le pregunto después de sorberlo.

 -Sois una blandas -chasquea ella.

 -De dónde lo has sacado? -le pregunto a Ana mostrándole la carátula de un elepé

Ana me mira sin contestar; me doy cuenta de que su copa ya está vacía y de que tiene extrañamente agarrada con una sola mano, la cazadora que ha dejado tirada en el sofá tan pronto ha entrado en casa.

-Es increíble que tengas un disco de Lil Hardin Armstrong. -Lo coloco en el plato del tocadiscos y enfoco la aguja en la primera canción.

Me tomo un trago del gin tonic que he dejado en la estantería de los discos. Ana se levanta; viene hacia mí por detrás, e inesperadamente se pega a mi espalda, bromeando...o así me lo perece. Pero cuando pasa su brazo por delante y me rodea las costillas de forma delicada pero firme me doy cuenta de que es otra cosa. Su respiración se vuelve profunda y desacompasada, y la mía empieza a mimetizarla cuando me aparta el pelo de la nuca para besarme el cuello. Su gesto no es ni apremiante ni brusco. Estoy tan desconcertada que no soy capaz de decir o hacer nada. Ulrica nos mira sorprendida, incrédula. Deja su copa en la mesa y viene hacia nosotras. La tengo delante de mí, tan cerca que debería cerrar los ojos y dejarme llevar, pero su mirada azul hipnótica me lo impide.
 

 
La persiana del dormitorio está bajada pero deja pasar la suficiente luz para darme cuenta de que Ulrica ya no está a mi lado, de que se ha marchado. Ana sigue en el extremo de la cama, de espaldas, durmiendo. La sábana la cubre de cintura para abajo. Sus brazos enroscan media almohada, la cabeza reposa sobre la otra mitad. Se gira despaciosamente, como si mis pensamientos la hubiesen despertado. Se desliza hasta alcanzarme. 

-Mi amor  -susurra. Me besa de forma casi subrepticia y se levanta de la cama.

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Ana continúa hablando con una pareja en el reservado del club donde hemos ido a parar esta noche. Hoy hemos salido con su grupo de amigas de sábados de baile y alcohol. Son bastante majas y, a veces, hasta nos divertimos. Ana parece más risueña y abierta últimamente; incluso ha incorporado a Ulrica más a menudo en estas salidas.

Una de las chicas me está contando no sé qué de su ex, pero entre la música y los gin tonics que he tomado no soy capaz de seguir el hilo; menos mal que Ulrica viene al rescate y me saca a bailar.

Hay tanta gente en la pista que Ulrica y yo nos mantenemos en un palmo, la una frente a la otra. De pronto, dejo de bailar, tomo su cara entre mis manos y la beso. No me rehúye.

-Llévame a cualquier parte -se lo susurro casi suplicando.

-No.

-¿Quieres que le pida permiso? -le digo, señalando con el dedo adonde Ana sigue de cháchara con sus amigas.

-Por favor, no lo estropees.

Se pega a mí sujetando mis manos con firmeza, como si se tomase en serio que voy a hacer tal cosa.

-Sé que Ana y tú os acostáis sin mí. ¿Por qué tú y yo…?

-Ana y yo nos conocemos desde hace más tiempo -me corta al momento.

-Vaya, no sabía que había premios por antigüedad en este tipo de... lo que sea que tengamos.

Ulrica me suelta contrariada y vuelve a la barra. Me acerco a Ana para decirle que me voy a casa.  

-¿Todo bien? -me pregunta. No creo que nos haya visto pero Ana es muy perspicaz  y enseguida se da cuenta si algo va mal.
-Me voy a casa, quiero dar un paseo y despejarme un poco. Hablamos mañana. 

-Está lloviendo a cántaros -me contesta extrañada. 

-Llevo paraguas y ya me he acostumbrado a esta mierda de tiempo.

Mi respuesta la desconcierta pero enseguida sonríe y nos despedimos.

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Ana me ha llamado para ir a almorzar en el italiano de la esquina, así que cuando ha sonado el timbre, he abierto la puerta pensando que era ella.

-Hola -me dice sin más.

-¿Qué haces tú aquí? -mi cara debe ser un poema; cómo iba a ser sino cuando te das de bruces inopinadamente con tu ex. -¿Cómo me has encontrado?

-Bueno, me tienes bloqueada, así que recurrí a tu hermano.

-Será bocazas...

-Lo he encontrado bien. La vez anterior, ya sabes… cuando estábamos juntas lo vi muy mal. 

-Ya, bueno, -la corto enseguida-. Le va a temporadas. Ya sabes lo complicado que es salir de eso.
 
No soporto su condescendencia cuando habla de mi hermano. No es que nunca me apoyara en sus recaídas y que se desentendiera del todo; hasta puedo entenderlo porque era un problema de mi familia, es que tuvo la desfachatez de incluirlo en su lista de motivos de nuestra ruptura.

Entra en casa y nos quedamos en silencio. Siempre pensé que si nos volvíamos a ver no tardaría ni un segundo en vomitar  toda la bilis que llevo acumulada desde nuestra dolorosa separación, y, ahora que la tengo delante, ni me salen las palabras.  

-Estoy aquí por trabajo. Voy a quedarme una semana, bueno, cinco días en realidad, y quería pasarme para ver cómo estabas.

Tomo aire y, ahora sí, empiezo a sentir las ganas de sacarlo todo; de echarle en cara su engaño, su enorme cinismo, su comportamiento taimado e interesado, su… y aparece Ana. Como he dejado la puerta entreabierta Ana ha entrado sin llamar. Se sorprende al vernos. Le presento a Beth. Enseguida comprende que se trata de mi ex. Me mira preocupada por cómo lo llevo, pero mi semblante, extrañamente, sigue impertérrito. Ana se presenta como mi vecina; y al segundo de decirlo le paso el brazo por la cintura para traerla hacia mí.

-Vecina y pareja -corrijo. 

Ana se tensa, me sonríe pero se separa al momento, incómoda.  

-Seguro que tenéis de qué hablar. Te llamo luego -dice, despidiéndose. Antes de cerrar la puerta me lanza una fría mirada.

Soy muy consciente de lo que Ana siente por mí y creía que no le importaría si la presentaba como mi pareja, que incluso le gustaría. Pero me ha dejado claro que no le ha hecho ni pizca de gracia mi burdo intento de utilizarla para fastidiar a mi ex.

-Mira Beth, si te he bloqueado es por algo. No quiero saber nada de ti.

-Tu hermano me dijo que estabas muy jodida y solo quería asegurarme...

-¡Basta! -la interrumpo-. Mi hermano no sabe de lo que habla. Y si has venido porque tu novia, su caterva de amigas snob o su estirada familia te han echado a patadas, aquí no vas a encontrar consuelo.

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