-...Y sobre todo, no sabemos nada de Ingrid, eh.
Entramos en la habitación. Empieza la liturgia de los abrazos y los besos. Se emociona con el regalo que le hemos traído...
-Te veo muy bien -le digo para no echarme a llorar contagiada de su emoción.
-Eh, cuanto veáis a la doctora os vais a caer de culo; es guapísima, un poco estirada y creída, eso sí... pero puede permitírselo... Mirad lo que os digo: saldré de aquí siendo su novia.
Nos pasamos la tarde hablando y riéndonos a carcajadas de nuestras delirantes ocurrencias. Al filo de la noche las otras se marchan pero yo decido quedarme un rato más.
En un momento de nuestra charla se queda en silencio, el semblante le cambia.
-¿Sabías que Ingrid está saliendo con Marta?
Otra vez nos quedamos en silencio.
-No ha esperado mucho, ¿verdad? ¿Sabes una cosa? Después de la primera sesión de quimio supe que no aguantaría y que me dejaría. Tiene que haber mucho amor para soportar todo esto.
Podría decirle que Ingrid no la merece, que encontrará a alguien mejor, pero no quiero insultar su inteligencia con esas frases tan trilladas.
-Eres una buena amiga -continúa diciendo- deberíamos enamorarnos de nuestras mejores amigas. Si la doctora me da calabazas te pediré para salir...
-Bueno, para empezar no me gusta ser plato de segunda -le replico mientras le guiño el ojo- Además, es incompatible ser buena amiga con lo otro. Ya sabes, ganas una novia pero pierdes a una amiga, o al revés...
Juguetea con el regalo que ha tomado de la mesa. Con la mirada fija en él empieza a hablar.
-Esto sí me va a joder la vida y no la maldita enfermedad. ¿Sabes? Cuando entraba en casa percibía su olor, como si aún viviera allí. Me deshice de las pocas cosas que dejó. Le dije a la chica de la limpieza que cambiara de detergente, de suavizante, que comprara un nuevo ambientador, cambié de cremas, de perfume, de jabón... Cada noche quemaba sándalo, incienso y toda clase de plantas olorosas. Mi casa parecía el garito de una adivina de tres al cuarto. Entonces me di cuenta de que era yo la que llevaba su olor... Sí, sí, ríete, pero era como si la llevase bajo mi piel, ya sabes, como la canción de Cole Porter... ¿Qué podía hacer entonces? ¿Arrancarme la piel a tiras? Qué tontería... ¿verdad? Por supuesto que no era una cuestión de epidermis, sencillamente la tenía metida hasta el alma. Qué ironía, justo cuando creía que estaba de vuelta de todo esto, que ninguna relación podría sorprenderme... aparece Ingrid... Joder ¿cómo puede doler tanto querer a alguien?
Alguien llama a la puerta y entra sin esperar respuesta. Al instante me doy cuenta de que es la famosa doctora. Mi amiga no exageraba ni un pelo en lo de guapa... y estirada. Se nos queda mirando; en seguida comprende la gravedad del momento y suaviza la expresión. Con un gesto amable me hace ver que tengo que marcharme. Me despido de mi amiga con un beso y aprovecho para susurrarle:
-Caray con la doctora, por tu bien espero que tenga una hermana gemela porque sino pienso ponértelo difícil...
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