-¿Conoces a esa chica, verdad? pues preséntamela.
-Preséntate tú solita -le respondo-. No me necesitas para eso.
-No seas así, siempre podré decirle a Karin que me la presentaron. Es menos hiriente que enterarse que la abordé yo "solita".
Me la quedo mirando. No sé por qué me sorprendo todavía de su enorme cinismo, pero hoy decido no ser su cómplice.
-Me conmueve tu consideración hacia Karin -le digo-. ¿A ti la palabra lealtad te dice algo?
Deja de mirar a la chica, bebe un trago de cerveza, se encara hacia mí y me dice:
-¿Cuál es el problema, el que seas incapaz de abordar a una chica que te gusta o el que yo me las apañe bastante bien, o ambas?
Me deja con la palabra en la boca y se va hacia la chica.
Me vuelvo para pedir una copa en la barra y, de paso, perderlas de vista. Estoy realmente furiosa. La chica que tengo al lado me mira. Creo que lo ha oído todo. Si se le ocurre decirme algo, juro que la armo.
Le doy la espalda y empiezo a tomar el gin-tonic que me han servido. El alcohol empieza a fluir por mis venas y logra calmarme un poco. De pronto, noto que alguien toca mi hombro. Cuento hasta tres para no contestar mal a mi cotilla vecina que, seguro, se muere de ganas por decirme algo de lo de antes. Me giro y veo que es Karin.
-¡Hola! ¿Has visto a María, creía que estaba contigo?
Me atraganto con la bebida pero logro reponerme enseguida. La tomo del brazo y la saco del local en volandas.
-¡Karin, tienes que ayudarme! Creo que me acaba de dar un cólico nefrítico.
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