La transacción es sencilla y rápida. Yo le pido cuarenta euros de gasolina del surtidor número ocho; la cajera pasa mi tarjeta por la lectora y al final me quedo con el resguardo. Entonces ¿qué falta hace aderezarlo hasta el empalago con “cariños”, “bonitas” y “preciosas”? En este lapso me ha dedicado más que todas mis novias juntas.
–¡Gracias, reina! –me dice una vez más.
–¿Al final del día te quedan ganas de mimar a tu chico? –le pregunto intrigada.
–No tengo pareja, cielo –me contesta sonriendo. –Pero quién sabe... por aquí pasa mucha gente. –Y acaba guiñándome el ojo.
Y yo que creía que la habían trasplantado del puesto de un mercado... Ahora resultará que se vale de sus arrumacos para tirar la caña.
–Pero tranquila –sigue ella, –aunque me empareje, aquí seguirás siendo una reina.
Me quedo pensando en si contestar, o reír, o en despedirme sin más. La mujer que acaba de entrar y está detrás de mí, aprovecha para pedirle cincuenta euros de gasolina.
–¡En seguida, reina! ¿Cuál es tu surtidor, cielo?
2 comentarios:
Jajajaja, que buena! Acabo de llegar de trabajar y me has alegrao la tarde.
Siempre me preguntaré si tus historias guardan algo de real en ellas. Lo digo porque a mi no me pasan ni por asomo. Un beso
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A mí cada día... en mi cabeza :-) Pues eso, un poco de observación y a inventar
Un beso
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