martes, 24 de noviembre de 2009

La suicida

Nunca he tenido mucha suerte, esto unido a mi plana y anodina vida me llevó a la determinación de suicidarme. El problema es que mi cobardía me impide llevarlo a cabo por mí misma, así que cuando apareció el asesino en serie, supe que no podía desaprovechar esa oportunidad única. El plan era sencillo; pasearme por las calles solitarias a las horas que solía actuar y dejarme atrapar. El tipo en cuestión no era excesivamente sádico, se limitaba a un par de tiros por la espalda. Una muerte rápida que no debía ser muy dolorosa...

La primera noche anduve por los barrios del puerto; asesinó en la zona residencial. Al día siguiente me fui a la zona residencial; actuó en la zona norte. Al tercer día me fui a la zona oeste. Él descansó.

No me desanimé y seguí saliendo cada noche durante todo el mes. Mientras, el asesino mató a diez personas y la ciudad se sumió en una psicosis de terror y angustia; pero yo seguía sin dar con él -o él conmigo-. Una noche incluso, fui al lugar donde el día anterior había caído su última víctima. Todavía podía verse el rastro de sangre en el asfalto. Lo esperé durante horas, convencida de que así volvería al lugar del crimen, pero el ritual de invocación no funcionó en absoluto.

Hoy me he enterado por la radio de que ha caído abatido por la policía. Adiós a mi plan y adiós a mis emocionantes paseos nocturnos. Qué irónico, paseos en busca de la muerte que me han hecho sentir más viva que nunca.

Esta noche, sin embargo, vuelvo a salir tarde de casa, pero solo para comprar cigarrillos y tomarme una copa en el bar de la esquina. Cuando entro en este tugurio a estas horas siempre tengo la misma sensación; si fuera un marciano pasaría más desapercibida. Estos tipos parecen que nunca hayan visto una mujer en su vida.

Saco el paquete de la máquina, recojo la copa que me han servido en la barra y me voy a la mesa del fondo. Cuelgo el abrigo en el perchero y cuando me vuelvo para sentarme, la veo de pie, delante de mí.

-¿Puedo sentarme en tu mesa? -me dice la mujer.

Hago un gesto con la cabeza y la mujer toma asiento.

-¿Entonces, hoy no sales a pasear?

Me la quedo mirando sin decir nada.

-¿Sabes una cosa? -continúa la desconocida-. No hay nada excitante en matar a alguien que busca la muerte. Solo cuando arrebatas lo más preciado te sientes poderosa; lo demás carece de importancia... Bueno, eso y que un pobre diablo cargue con las culpas. Cuídate, tal vez nos veamos en otra ocasión.

Se levanta y se marcha del bar. Miro a los tipos que están allí; es increíble pero nadie parece fijarse en ella. Cierro los ojos y pienso: no puede ser, lo he soñado. Me quedo inmóvil, aterida por un escalofrío que no logro sacudirme. Finalmente consigo levantarme de la mesa convencida de que sólo ha pasado en mi cabeza. Le pido la cuenta al que está detrás de la barra y el hombre me contesta:
-Tu amiga ya ha pagado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu relato lo podias haber titulado "la suicida y su encuentro con la hermana de Ripley" con permiso de Patricia Highsmith. Muy bueno tu relato, como el resto.

Casandra dijo...

Uf! mucho permiso tendría que pedirle a la Highsmith (una de mis favoritas).

Un saludo

ISABEL dijo...

GUAU éste me ha encantado...ISABEL