jueves, 4 de febrero de 2010

Tara y Vini

-¿Tara? ¿Tu perra se llama Tara?

-Sí, bueno... por “Lo que el viento se llevó”... -le contesto.
No tiene ni idea de lo que le estoy hablando pero sale airosa con un:

-Veo que te pirran los clásicos.

Más bien me pirra Vivien Leigh, pero no iba a llamar así a mi bobtail. Hace el gesto de acercarse a Tara para acariciarla pero se detiene y me dice:

-Más vale que no, sino a Fivi le dará un ataque de celos y la liaremos-. Se vuelve hacia su golden retriever y, mientras la acaricia, le dice entre risas:
-¿Verdad que eres una celosita del carajo, Fivi? Sí, sí... igual que la dueña, -se yergue y me pregunta-. ¿Crees que los perros acaban pareciéndose a sus amos?

-Sí, claro, terminan mimetizándonos -le contesto tajante.
Y es acabar de decirlo cuando Tara hace algo que jamás le había visto hacer antes: intenta montar a Fivi. Tiro de la correa para apartarla enseguida, pero es tan larga que hasta que no consigo tensarla, y eso me lleva unos eternos y abochornantes segundos, no logro hacerla bajar. La mujer se ha quedado tan sorprendida que solo acierta a decir:

-Vaya... nunca había visto montar una perra a otra. Entre machos sí... Creo que leí en alguna parte que las vacas lo hacen... eso de montarse...

Se agacha para acariciar a su perra que no se ha mostrado muy molesta con los modos de Tara.

-Qué raro -me dice-. Fivi es muy arisca con los perros, si la intentan montar se revuelve furiosa.

A duras penas consigo sujetar a Tara que insiste en acercarse a Fivi. Qué vergüenza me está haciendo pasar la maldita perra, aunque la otra podría colaborar un poquito y mostrarse más hosca.

Logro calmarla y nos quedamos en un embarazoso silencio que nos apresuramos a romper hablando a nuestras respectivas del modo bobalicón que se emplea con lo perros y que yo tanto odio. Menos mal que la mujer termina por dirigirse a mí porque el repertorio de estupideces se me estaba agotando y Tara empieza a mirarme rara.

Me cuenta que acaba de mudarse, que no conoce mucho el barrio y que si vengo a menudo a este parque. Le contesto sin mirarla, mientras acaricio a Tara, todavía ruborizada por lo de antes. Me hace un par de preguntas más y mientras le estoy contestando, levanto la vista para mirarla abiertamente. No me pareció especialmente atractiva cuando la observé en el parque, hace un rato, antes de que se aproximara y me preguntara por Tara, pero ahora no estoy tan segura... De cerca, esta mujer gana mucho. No estaría mal indagar si está casada, si tiene pareja y esas cosas... Mi dudas se disipan en parte cuando una de las niñas que correteaba por allí se aproxima llamándola mamá. La mujer le pasa la correa y la niña se aleja unos metros para jugar con la perra. Liberada de Vini , aprovecha para acercarse y acariciar a la mía.

-Es preciosa -me dice-.
Miro orgullosa a Tara que está encantada de triscar con la mujer.

-¿Sueles venir aquí a estas horas? -me pregunta, mientras se pone en pie
-Más o menos. Si coincidimos la ataré más corta para que no... bueno, para que deje tranquila a Vini.

La mujer se ríe. Su modo de mirarme hace que se me disparen todas las alarmas. Desvío la vista hacia la niña y la perra, para no sonrojarme, sólo por mirar algo.

-No te preocupes, no ha sido para tanto -me contesta.
Me vuelvo hacia ella extrañada porque su respuesta ha sido un tanto seca, y entonces caigo en la cuenta de lo que he hecho... Pero ahora no puedo soltarle que se confunde, que el gesto de rehuirla y mirar hacia la niña no era un: “con una niña por medio ni lo sueñes” sino un: “no sigas mirándome así que me pondré roja como un pimiento”. Aunque tengo la sospecha de que no está disgustada conmigo sino consigo misma, avergonzada de haber iniciado la maniobra de aproximación ante alguien tan inapropiada. Intento reconducir la situación buscando el atajo fácil; como la niña se ha reunido con nosotras, empiezo a preguntarle cosas sobre el colegio, sus amiguitos y otras por el estilo, pero compruebo, cada vez que miro a la madre, la ineficacia de la estrategia.

Estoy de vuelta a casa. Nos hemos despedido en el parque porque ellas tomaban otra salida. Ha sido una pena no haber podido compartir una parte del camino de regreso, aunque con Tara atosigando a Fivi no habría sido sencillo.

Es tarde, casi medianoche. Tara está todavía ocupando su parcela en el sofá, durmiendo. Me la quedo mirando pensando en su extraño comportamiento en el parque. ¿Qué mosca le habrá picado con esa perra? Automáticamente pienso en la dueña. Cuando nos hemos separado en el parque estaba resuelta a volver a verla, pero ahora en frío... tal vez no sea una buena idea. Puedo hacer un hueco en mi vida para una persona, pero para dos... Entorno los ojos hasta casi cerrarlos y pienso: ¿pero qué estoy diciendo? “Hacer un hueco”. Lo verbalizo, y me suena aún peor.

Miro a Tara que sigue durmiendo, la acaricio y le digo:
-Mañana iremos a otro parque, el que se llega camino del centro. Está más lejos pero allí también lo pasarás bien.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho, pero el final no tanto. Creo que debería volver a ir a ese parque.
Muchas gracias por la actualización.

PD: Esperando que la próxima termine mejor.


...

Casandra dijo...

:) ¡Vale!

Anónimo dijo...

pués yo creo que los perros deberían ir con correa en los parques ... luego pasa lo que pasa ¡¡

gracias por tus relatos

Casandra dijo...

Estoy de acuerdo ;-)
Besos

Anónimo dijo...

hacer un hueco...llenar un hueco....es verdad que suena mal...pero a veces el vacio asfixia.

un abrazo y hasta la próxima.

Casandra dijo...

Emparejarse no es un acto altruista ni desinteresado, así que, ¿cómo juzgamos la licitud de sus motivos por muy mal que suenen?

Un abrazo.