La mujer que está a mi lado, mirando la tienda de muebles, se gira y me dice:
-Son preciosos pero carísimos.
La miro, me limito a asentir con la cabeza y vuelvo a echar otro vistazo el comedor expuesto. No le falta ningún detalle.
-¿Cogiendo ideas? -insiste la mujer.
-No, bueno... -le contesto sin muchas ganas de dar más explicaciones.
-Es que trabajo en la cafetería de enfrente y me he fijado que muchas tardes te quedas aquí, un buen rato, mirando la tienda, y me ha parecido que igual tenías interés en comprar algo, o que estabas tomando ideas para decorar...
La mujer se queda observándome, esperando una contestación. Desvío la mirada al cielo, sólo un segundo; suficiente para que su gris plomizo se precipite como una losa sobre mí.
-No, es que... -empiezo a decirle con desgana.
-Déjame que lo intente yo -me interrumpe-. Odias ir de tiendas y de escaparates pero cuando pasas por delante de una tienda de muebles distribuidos como en una casa, tienes que pararte a mirar. No los objetos por separado, sino el conjunto, porque esas estancias te sugieren lugares que has imaginado o que has visto en vivo, o en películas, o en fotografías... A veces, incluso, puedes figurarte a sus ocupantes pululando por allí.
Hace una pausa, como si quisiera asegurarse de que sus palabras causan el efecto que buscaba.
-No me mires así. No soy mentalista -se ríe ella-. Simplemente, tenía una amiga que hacía como tú. Ella me repetía, convencida, de que en realidad al ver esas estancias evocaba recuerdos de otras vidas anteriores.
La mujer suelta otra carcajada y sigue:
-¿Esa cara es de sorpresa porque otra persona hacía como tú, o de decepción al descubrir que no eres tan original? -y esta última palabra la entrecomilla con los dedos.
- ¿O ambas? -termina por decir.
Me la quedo mirando atónita. No creo ni que mi madre, en cien vidas, conseguiría leerme tan bien como acaba de hacer esta desconocida.
-¿Hablas en pasado de tu amiga porque le ocurrió una desgracia? -le contesto.
La mujer sonríe.
-No exactamente -me responde.
Se vuelve hacia la cafetería y dice.
-El café es muy bueno. Te invito a una taza mientras te lo cuento.
-¿Tu jefe no te echará la bronca?
La mujer se rasca la barbilla pensativa y contesta:
-Soy dura conmigo misma pero no hasta el extremo de abroncarme.
Mira el cielo y termina por decirme:
-Creo que una taza de chocolate te sentará mejor.
6 comentarios:
Vaya, menuda sorpresa!!! Me ha alegrado mucho que hayas actualizado denuevo. No hay mejor forma de celebrar éste día que leyendo grandes historias.Un beso y esperaré la siguiente.
...
Los efectos de la Semana Santa (pre y pos incluida).
Gracias por seguir ahí.
Un beso.
No solo arrancas sonrisas.No solo abres mundos. No solo aciertas con los sentimientos. Gracias
A ti, por pasarte, por el comentario...
Interesante! Saludos
¡Muy ocurrente! ;-)
Publicar un comentario