jueves, 6 de mayo de 2010

En la gasolinera

La transacción es sencilla y rápida. Yo le pido cuarenta euros de gasolina del surtidor número ocho; la cajera pasa mi tarjeta por la lectora, yo le firmo el recibo y al final me quedo con el resguardo. Entonces ¿qué falta hace aderezarlo hasta el empalago con “cariños”, “bonitas” y “reinas”? En este lapso me ha dedicado más que todas mis novias juntas.

-Cariño, bonita -me dice una vez más-, échame un autógrafo aquí.

Le entrego el comprobante firmado y le pregunto:

-¿Al final del día te quedan ganas de decirle cosas cariñosas a tu chico?
-No tengo pareja, cielo -me contesta sonriendo-. Pero quién sabe... Por aquí pasa mucha gente - y acaba guiñándome el ojo.

Y yo que creía que la habían trasplantado del puesto de un mercado... Ahora resultará que se vale de las carantoñas verbales para tirar la caña.

-Pero tranquila -sigue ella-, aunque me empareje, aquí seguirás siendo una reina.

Me quedo pensando si contestar, o reír, o despedirme sin más, o... hacerlo todo. La mujer que acaba de entrar y está detrás de mí, aprovecha para pedirle cincuenta euros de gasolina.

- En seguida, cariño. ¿Cuál es tu surtidor, cielo?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajaja, que buena! Acabo de llegar de trabajar y me has alegrao la tarde.
Siempre me preguntaré si tus historias guardan algo de real en ellas. Lo digo porque a mi no me pasan ni por asomo. Un beso

...

Casandra dijo...

A mí cada día... en mi cabeza :-) Pues eso, un poco de observación y a inventar

Un beso