El pulso acelerado me martillea la sien y, no obstante, sigo tratando de hilvanar en mi cabeza un discurso coherente para cuando acabe esta comedia y tenga que encararme a Anabel, que se ha sentado a mi lado y sigue charlando tranquilamente con otras comensales.
Restriego mis manos sudorosas sobre la pernera del pantalón. Piensa, piensa, me digo una y otra vez. Y por Dios, cuando le hables sé coherente, a ver si consigues que deje de tomarte por un bicho raro. Entorno los ojos descorazonada: con estos nervios no lo voy a conseguir.
-¿Te encuentras bien? -me dice la que está hablando conmigo.
-Sí, sí... sólo son mis lentillas... tantas horas me molestan... -me excuso.
Y retoma su monólogo. Hace rato que he dejado de escucharla aunque me cuido muy bien de asentir a cada pausa suya, no vaya a perder el interés y me deje en tierra de nadie.
Tiene que ser algo fácil, coherente... Ve a lo seguro, tira de lo trivial, me repito para calmarme. Pero sólo me viene a la cabeza el barbudo Perelman; el genial y excéntrico matemático que ha demostrado la conjetura de Poincaré. Ahora todos le reconocen el mérito, pero primero trataron de tumbar su trabajo y después unos chinos ¿cómo no? copiar su demostración. No me extraña que les haya dado la puerta en las narices a esos estirados y envidiosos matemáticos del Congreso Internacional...
-Y bien -me dice Anabel encarándose a mí aprovechando que mi vecina ha hecho una pausa en su tedioso monólogo-. ¿Qué me cuentas?
-Todo bien...todo bien... -le contesto aturrullada.
Se hace un silencio.
Me aclaro la voz y continúo:
-¿Crees que este verano será tan caluroso como dicen?
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