viernes, 18 de mayo de 2012

Arvo Pärt

-A mi madre le hubiera gustado que sonara esa pieza en su funeral -insiste mi hermana.

Pero el de la funeraria nos repite que el repertorio solo incluye esa lista que, a modo de menú, nos han entregado para elegir. Una amalgama que va desde el “Nessun Dorma” de Puccini, pasando por “Let it be” de los Beatles, el “Ave María” de Shubert o... ¡el “Candle in the wind” de Elton John!

-Si quieren contratar otros músicos... pero la póliza no cubre ese extra.

Mi hermana me toma del brazo y nos apartamos unos pasos.

-Podemos hablar con tío Fred, igual consigue que la aseguradora lo pague... -me susurra ella.
-Fred trabaja en seguros de coches, no de muertos.... digo de decesos -la corto en seco.
-Bueno, quizá tenga contactos...
-Claro.... pero ahora no nos hacen falta talleres de reparación que hagan la vista gorda haciendo pasar como accidentes tus torpezas aparcando -le contesto irritada, harta de sus ocurrencias.

Me acerco de nuevo al hombre que empieza a impacientarse.

-El caso es que ya no nos da tiempo a contratar a nadie. Tal vez podrían hacer una excepción.

El hombre me mira como si le estuviera pidiendo la luna.

-No es posible. No creo que tengan la partitura y además están los derechos de autor...

En ese momento veo que una chica con un violín sale de una de las capillas.

-Denos diez minutos para elegir -le digo al tipo blandiendo la lista.

El hombre masculla algo y se va contrariado. Aprovecho entonces y sigo a la del violín para alcanzarla adonde el hombre no pueda vernos.

-Perdona, ¿mañana trabajas a las seis de la tarde? Es que quisiera preguntarte algo sobre esto -le digo mostrándole la lista.

-Sí, toco a esa hora -me responde sorprendida.

-Para el funeral de mi madre nos gustaría que sonara una pieza que era muy especial para ella, pero no está aquí. Se trata de una obra de Arvo Pärt: “Spiegel im spiegel".

Viendo cómo me observa me doy cuenta de la pésima impresión que le debe haber causado mi inopinada petición. La chica, antes de decirme nada, se acomoda el arco y el violín bajo el brazo; mira a su alrededor, como si buscara la respuesta por algún rincón, aunque me da que solo está tratando de encontrar las palabras más apropiadas para librarse de mi, pero inesperadamente acaba por decir:

-Toco en un grupo de cámara que solo interpreta música de la segunda mitad del siglo XX y la tenemos en el repertorio.

-Gracias a Dios hay vida más allá de Mozart y Vivaldi -le contesto animada por la coincidencia, y, por qué no, para congraciarme con ella.

Se queda mirándome con cara de circunstancias. Al momento me doy cuenta de la tontería que acabo de decir. Lleva la partitura de “Candle in the wind” en la mano. Pero para mi sorpresa, me saca del apuro diciendo:

-El pianista que me acompaña aquí también está en el grupo, así que ambos la conocemos. Mañana la tocaremos, no habrá ningún problema.


La ceremonia transcurría con la normalidad que se espera en esta liturgia. Los más allegados a mamá intentábamos llevar lo mejor que podíamos nuestra aflicción. Mi hermana, desconsolada, no paraba de llorar. Y entonces arrancaron con Arvo Pärt y ocurrió. Los sollozos cesaron: enmudecimos, como si el piano y el violín hubiesen tomado el testigo de nuestro duelo. Y todos, hasta los menos cercanos a mamá, emocionados, nos vimos arrastrados por la música intensa y profunda que emanaba de dos soberbios y desconocidos músicos. Ambos, concentrados en sus partituras, no parecían darse cuenta de la turbación que estaban causando.

Cuando terminaron, al capellán le costó seguir con la ceremonia, como si le diera reparo ocupar con su homilía el vacío que había dejado aquella pieza. Creo que hasta él estaba emocionado.

Miré a la violinista. Esperaba cruzar con ella alguna mirada para demostrale mi agradecimiento porque sabía que después sería muy complicado, pero mantenía la vista clavada en la partitura. Y así continuó hasta el final, aunque pude observar que la levantó fugazmente para mirar a mi hermana que había roto a llorar de nuevo.


Han pasado seis meses desde la muerte de mamá y todavía no he podido, no he querido volver a escuchar “Spiegel im spiegel”. De vez en cuando me viene a la cabeza la generosa violinista. No pude darle las gracias con todo el trajín al acabar la ceremonia. Me pregunto si no quedaría muy fuera de lugar volver a pasar por la funeraria. Todo esto lo pienso mientras estoy recogiendo el correo del buzón que, como siempre, está atestado de propaganda comercial. La comunidad de vecinos, para evitar que acabe en el suelo, ha puesto una papelera en el rellano para poder desecharla allí mismo. Y en eso estoy con una de las cartas con pinta de contener algún reclamo, cuando me fijo en que mi nombre y dirección están escritos a mano. La abro intrigada y descubro con sorpresa que contiene dos entradas para un concierto a cargo del “Grupo de Cámara Siglo XXI”, con una escueta nota manuscrita que dice: “Sí, a veces hay vida más allá de Mozart y Vivaldi”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Brillante, como siempre.
Porfa, no nos dejes tanto tiempo huérfanos de tus relatos.
Un beso
Cris

Anónimo dijo...

¿Y qué pasó después del concierto?

Fdo: LLanera Solitaria

Casandra dijo...

Pues pasó que... mejor lo dejamos para otro relato.
;)

Anónimo dijo...

Excelente.
Coincido con Cris
Besos