sábado, 4 de agosto de 2012

La chica que vino del este

Sórdido, solo me viene a la cabeza esta palabra. La ciudad, sus gentes, mi barrio; el manto plomizo de este clima lo abate todo, como una invasión silenciosa y despiadada de la que nada ni nadie sale indemne.

-A Ulrica la conozco desde hace un año -me cuenta mi vecina Ana, una de las pocas personas con las que he trabado cierta complicidad desde que me he instalado aquí-. Es de Macedonia...
-¿Es griega, entonces? –la interrumpo.
-No, no de la República de Macedonia. Menuda trifulca tienen con los griegos por el nombre de marras. Si supieran que para nosotros es un postre, -se ríe y bebe un sorbo de café-. Ya ves, así somos los humanos, capaces de montar casi una guerra por un simple nombre. Y después nos extrañamos de las barbaridades que hemos cometido. En fin, como te decía la familia de Ulrica lo pasó muy mal, primero por la guerra de los Balcanes y después por el conflicto del Kosovo. Ella se marchó porque no veía ningún futuro y bueno... aquí va haciendo cositas... pero nada seguro, -baja la vista y nos quedamos en silencio.

Al día siguiente, cuando volvía de trabajar, me topé con alguien que se había sentado en la escalera, delante del rellano de mi apartamento. Primero pensé que era un chico por su vestimenta, por su gorra calada, y por el pelo, rapado a lo militar. Apenas alzó la vista y le pude ver la cara, me di cuenta en seguida de que se trataba de la chica macedonia. La saludé con un escueto hola y ella musitó lo mismo. No sé si me perturbó más su mirada azul, afilada como un puñal o el gesto de encogerse y restregarse el brazo izquierdo con la otra mano, como lo había visto hacer tantas veces a mi hermano, colocado hasta las cejas, cuando bajaba a buscarlo por los soportales del puerto.
Cerré la puerta del apartamento sin volverme, con el corazón encogido.

-Ni loca le dejo las llaves del apartamento -me dice Ana-. Es capaz de invitar a sus amistades sin que esté yo. Ulri es legal pero las otras... Algunas son macedonias, como ella, aunque sospecho que en realidad se trata de albanesas, pero me lo oculta. Cree que tengo prejuicios, y no es verdad, te lo aseguro; solo que no me gustan los trapicheos de esta gente...


Cuando salimos un día de copas, Ulrica nos acompañó. Los bares eran sórdidos, como no podía ser de otra manera en esta ciudad. Ana notó mi desánimo y me tomó del brazo cariñosamente. Ulrica nos observaba con curiosidad. La mirada escrutadora que recordaba del primer día se había esfumado y, aunque su afabilidad y atención no parecían impostadas, su forma de mirar seguía incomodándome.

-No sé si pedir el traslado a esta ciudad fue un error -le confieso a Ana-. Pero estaba tan jodida por lo de mi ex que no dudé en poner tierra por medio.

-No te preocupes, Ulri y yo te cuidaremos y no dejaremos que puedan contigo, -me contesta antes de besarme en la mejilla-. No te muevas, voy a por las copas.
Ulrica se aproxima entonces. No creo que haya escuchado nuestra conversación pero estoy segura de que Ana la tiene al corriente.

-El otro día, en la escalera, no te asusté ¿verdad? -me pregunta con un fuerte acento.
-En absoluto -le respondo-.
-Yo no suelo estar así, como me viste. Aquel día era un mal día para mí...
-No te preocupes, todas podemos tener algún día malo -le digo para zanjar el asunto.

Nos quedamos en silencio un momento. Se acerca a mi oído y me susurra:

-Me alegro de que Ana y tú seáis amigas. A ella le cuesta. Todo lo contrario que yo. Hago amistades con demasiada facilidad.

Le aclararía que Ana no debe considerarme todavía una amiga porque jamás me ha mencionado su relación íntima. Solo me habla de ella como si se tratara de una amiga, eso sí, una amiga un poco descarriada y necesitada de su ayuda. Supongo que la diferencia de edad, o la vida que lleva Ulrica deben pesar demasiado.



Los días se suceden con la monotonía de siempre. Trabajo hasta tarde para no tener que llegar pronto a casa. La noche es un bálsamo; camufla el perenne cielo encapotado, disimula la fealdad de esta ciudad, emborrona los rostros de abulia de sus habitantes. Aunque hay otra razón más poderosa para alargar mi jornada laboral: no tener que toparme de nuevo con Ulrica a solas. Me siento vulnerable si no está Ana.

Últimamente veo poco a Ana. Somos vecinas, así que tenemos oportunidad de encontrarnos a menudo, y, sin embargo, nuestras salidas se han espaciado y las conversaciones se han vuelto más banales. No creo que se haya dado cuenta del desasosiego que me produce Ulrica. Cuando coincidimos las tres, mi trato es normal, con el preciso punto de displicencia que, sin ser desdeñoso, me resguarda de ella.


Se oyen risas y voces en el rellano de la escalera. Son las dos de la mañana. Suena el timbre de mi apartamento. Cuando abro la puerta, Ana aparece sonriente y bastante borracha.

-Anda ponte algo y ven a mi casa que celebramos el cumpleaños de Ulri -me dice blandiendo una botella de vodka.

Se queda apoyada en el quicio de la puerta, sin ninguna intención de moverse si no la acompaño. No me queda más remedio que vestirme a toda prisa, con lo primero que pillo. Se tambalea de forma lastimosa. Le paso el brazo por la espalda para evitar que se desplome y la llevo a su apartamento. Allí está Ulrica y tres amigas más. Dos de las chicas deben ser algunas de las albanesas de las que Ana me había hablado.
Cuando nos ven aparecer solo Ulrica se acerca para ayudarme. La llevamos directamente al dormitorio. Ella se resiste porque quiere poner música.

-Quiero bailar contigo -dice dirigiéndose a mí. Apenas puede vocalizar. Las otras se ríen de su torpeza
-Claro, busco una canción y vengo a por ti, -le respondo mientras la acomodo en la cama.

La chica que no es extranjera le dice a Ulrica.
-Ni un tío bebe como vosotras. ¡Joder con las albanesas! ¿qué os dan de pequeñas, vodka o leche para mamar?

Ulrica la fulmina con la mirada, se acerca a la puerta y la cierra de un portazo.

Nos quedamos las tres solas en el dormitorio. Ulrica se arrodilla cerca de la cama, toma la mano de Ana y empieza a hablarle cerca de su mejilla, mezclando palabras de su idioma con otras que entiendo demasiado bien. Salgo de la habitación para irme directamente a mi apartamento.

Cuando estoy a punto de entrar, aparece Ulrica tras de mí.
-Gracias por ayudarme con Ana. No debimos haberte molestado. Ha sido un error. Ahora mismo echaré a esas pesadas de su casa...
-No ha sido nada -le respondo secamente.
-Ana te quiere -me dice de pronto.

El corazón me da un vuelco, por un momento pienso que habla de ella y no de Ana. Pero está hablando de Ana, la misma Ana a quien se ha dirigido en el dormitorio, la misma Ana con la que intima. Cierro los ojos apesadumbrada. Entonces se acerca y toma mis manos. Su expresión, afectuosa, contrasta con la determinación con que me sujeta las manos, como si quisiera asegurarse de que lo he entendido, de que no estoy excluída.
Estoy a punto de echarme a llorar. Una extraña, retraída y acogotada, aparece en sus vidas, y su forma de acogerla, de ofrecerle su hospitalidad no es otra que quererla.

-Yo también la quiero -le contesto.

La lluvia arrecia fuera y aún así, por primera vez, empiezo a sentirme reconfortada en esta ciudad.

-¿Verdad que no le dirás que soy albanesa? -me dice Ulrica.
-Ana ya lo sabe -le respondo.
-¿Desde cuándo?
-Yo creo que desde siempre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

FANTÁSTICO ¡¡¡ Gracias

Anónimo dijo...

Conmovedor, muy bueno¡¡