Cuando me ve entrar ya prepara el café, solo, muy cargado. Hace tiempo que dejó de preguntarme si me apetecía acompañarlo con alguna pasta. Miro la taza, el mismo café de ayer, de la semana pasada, de hace un año... de siempre.
Me pregunto cuál es el sentido de todo, o, como diría mi compañero del trabajo, cuál es el meollo del asunto. A mi colega le encanta utilizar esa coletilla: el meollo del asunto.
No tengo la respuesta, ojalá la tuviera... tal vez debiera indagar, preguntar a otro, al camarero, por ejemplo, o a esa chica que suelo encontrarme aquí todos las mañanas. Me divierte su torpeza intentando disimular cuando la cazo mirándome. ¿Habrá dado ella con el meollo? ¿Habrá encontrado ese algo o alguien que le da sentido a su cotidianidad? Vale... ya me veo acercándome a su mesa para decirle: perdona, sólo quiero hacerte una pregunta sencilla ¿cuál es el meollo de todo? ¿has dado tú con él?
¡Qué chorradas se me ocurren de buena mañana! Y pensándolo mejor ¿cambiaría algo para mí saberlo? A lo mejor sí, si fuera parte de él, tal vez saberme partícipe de lo que tiene sentido para alguien podría redimirme.
Apago el cigarrillo en el cenicero. Me levanto de la mesa y voy hacia la puerta.
–Señorita se ha dejado esto –me dice el camarero que ha ido tras de mí con un libro en la mano.
Me vuelvo y compruebo que no llevo en el bolso mi libro de poemas de Alejandra Pizarnik.
–Gracias.
Tomo el libro bajo el brazo y abro la puerta. El aire fresco de la mañana me golpea el rostro, giro la cabeza para esquivarlo y vuelvo a cruzar una mirada con la chica silenciosa. Esta vez, curiosamente, no me rehuye... me sorprende descubrir ahora su mirada tan dulce... Ya es un poco tarde, pienso.
–Hasta mañana, –se despide el camarero con una sonrisa.
–No, mañana ya no vendré –me despido yo.
LA CHICA SILENCIOSA DE LA CAFETERÍA
El inspector, que se ha dado cuenta de cómo miraba a la mujer, me pregunta:
–¿La conocía?
–No
personalmente, sólo de vista –acierto a contestarle, impresionada por
la visión de la mujer que yace en la cama de un pequeño apartamento. –Solía desayunar en una cafetería cercana a la comisaría.
Un compañero que está detrás de mí susurra:
–Qué lástima, tan joven y guapa...
El inspector despliega la nota que ha dejado.
–No dice mucho –aclara el propio inspector después de leerla para sí y alargármela. –Al parecer tenía alma de poeta.
Me emociona ver lo que se le ocurrió escribir en esos momentos. Levanto la vista y le digo:
–Sí la tenía, aunque no son suyos sino de Alejandra Pizarnik.
–Lo que sea –me dice, fulminándome con la mirada.
–Bueno chicos, ya sabéis el procedimiento –continúa el inspector. –Tenemos otro servicio así que, quiero celeridad.
Me
quedo sola en la habitación mientras el resto va a hablar con los
vecinos. La miro y pienso en que va a despertar de un momento a otro, que
solo está durmiendo. Entonces me viene a la cabeza su imagen en la
cafetería, con su cigarrillo y su café, sus bellísimos ojos y su perenne aire ausente. Despliego la nota y vuelvo a leerla:
"La
noche, de nuevo, la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el
cálido roce de la muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de
todo jardín prohibido".
1 comentario:
Quiza era la mirada de la chica silenciosa...
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