viernes, 2 de octubre de 2009

El día del examen

Estoy por agarrarle el mentón o encenderle yo misma el cigarrillo si no, de fijo que acabaré chamuscándole el flequillo

-Gracias. ¡Uf! Es que no puedo con estos nervios... -se disculpa después de dar una intensa calada al pitillo que acabo de prenderle.

-Los exámenes me ponen enferma -empieza a decirme-. Es algo que me supera. Ya desde niña me pasaba... Y en la Universidad, ni te cuento. Sólo había que mirar mis uñas para saber cuándo estaba de exámenes

Como se da cuenta de que me estoy fijando en su manos, me dice:

-Ojalá hubiera descubierto antes este esmalte; oye, mano de santo... -y se ríe de su propia ocurrencia mientras me las muestra, satisfecha.

-Hace años que debería habérmelo sacado -se lamenta, y vuelve a exhalar el humo del cigarrillo. El grupo de chicas que está detrás se aparta de la nube que las envuelve entre cuchicheos de reprobación y furibundas miradas. La mujer, que no se ha dado cuenta, sigue como si nada:

-Para el día a día no necesito el coche, pero si quiero salir el fin de semana o hacer algún extra pues me encuentro limitada... Cuando tienes pareja no caes en esos detalles, bueno, a veces sí lo pensaba, pero como lo hacíamos todo juntas y creía que lo nuestro sería para siempre... ¡Qué fastidio lo del coche, en serio! Si lo llego a sospechar, tal vez me esfuerzo más en salvar lo nuestro, o lo prolongo hasta hacerme con el maldito carnet -me dice entre risas nerviosas.

Nos deseamos suerte antes de separarnos. Me fijo en que su aula está dos puertas más allá. Me acomodo en la mía y espero a que me entreguen la prueba; estoy más nerviosa pensando en acabarlo lo antes posible que en el examen que estoy a punto de empezar. A medida que lo voy completando la ansiedad va en aumento.
No tenía que haberlo fiado todo para después, aquí hay demasiada gente, en nada esto va ser un caos... Me va costar encontrarla.



Saco las llaves del bolso, me estoy acercando al coche y es cuando la veo, caminando hacia mí, cogida del brazo de otra mujer. Está tan enfrascada hablando con la otra que no repararía en mí ni que me convirtiera ahora mismo en Jesucristo.
Me sorprendo al notar el aguijonazo de los celos. Qué absurdo y ridículo, me digo enojada.
Cuando estoy a punto de subirme al auto me sobresalto al escuchar un “eh, hola” desde la otra acera. La mujer se acerca rodeando el coche y se planta delante de mí. La otra, que se ha quedado rezagada, aprovecha para hablar por teléfono.

Vaya, entonces se acuerda de mí... y empezamos una conversación trivial tipo: sí, ya tengo el permiso desde hace tres meses (descartado pues que fuera a robar el coche o a conducirlo sin carnet). Me alegro de que tú también aprobaras los dos exámenes a la primera aunque eso te costara cinco amagos de infarto (risas francas por la ocurrencia). No, no hace falta que me des las gracias por la tranquilidad que te di antes del examen teórico (imagino que los cinco cigarrillos que te fumaste en esos dos minutos también ayudaron lo suyo). Ah, ¿me buscaste al acabar? (los tonos y las expresiones de indiferencia se me dan de miedo). Bueno, es comprensible que no me encontraras, había tanta gente por allí (mientes o no te esmeraste nada; fíjate en mí, solo me faltó rebuscar por debajo de los pupitres). Sí, ya es casualidad que hayáis aparcado delante de mi coche. Sí, a mí también me ha gustado verte otra vez.

Subo al coche, me pongo el cinturón de seguridad, introduzco la llave de contacto, levanto la vista y observo que la mujer, que ya se había subido también al coche, se baja y viene hacia mí. Aprieto el botón del elevalunas y la ventanilla desciende.
-No sé tu nombre -me dice.
-Sara.
-Bien Sara, ¿te apetecería salir un día conmigo a tomar algo?
Miro el coche que está delante y señalándolo con el dedo, le digo:
-¿Tu novia no se lo tomará mal?
La mujer mira el coche, luego a mí y me contesta sonriendo:
-No es mi novia, es mi hermana...
Jamás me he alegrado tanto de meter la pata.
No se lo digo ahora, esperaré a nuestra primera cita para confesarle que cada vez realizaba las prácticas la buscaba entre los coches de las autoescuelas que pululaban por allí y, como no daba con ella, me repetía esperanzada para no desanimarme: el día del examen, como cuando la conocí.

Nos intercambiamos los teléfonos y antes de despedirnos me dice:
-Cada vez que iba a la zona de prácticas para preparar el examen de circulación, me fijaba en los alumnos, por si te veía. Entonces me consolaba pensando en que quizá el azar estaba siendo caprichoso y reservaba el reencuentro para el día del examen, como cuando te conocí.

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